"Un Pez que nada por Bogotá". Pez Graffiti, Sonriendo desde 1999

PEZ GRAFFITI. BARCELONA | 

Foto: Noelia Domenech

Como si se tratara de una campaña en favor del optimismo, un graffitero se ha encargado de invadir de peces sonrientes las paredes de la actual Bogotá, donde el caos, el tráfico y a veces el mal clima, amenaza con apoderarse del ánimo de quienes habitan en ella.  Los peces pueden tener forma de carros y formar un trancón, sostener unas sombrillas y estar bajo la lluvia;  pueden ser una buseta gigantesca o andar en bicicleta. Si se encuentra una de estas figuras saludándolo por alguna calle de La Candelaria, Fontibón o la Calle 100, son autoría de Pez quien  bajo su concepto de Happy Style se ha hecho un nombre en el arte urbano, movimiento que desde la década pasada ha ganado relevancia mundial, y que en la ciudad tiene su propia escena. 

Los dibujos sonrientes no tienen nada que ver con un discurso para conseguir o imponer la felicidad, simplemente se trata de una forma que él sugiere para ver las cosas: “No quiero dar ningún mensaje, sólo quiero transmitir buenas vibraciones y alegrar los momentos de las personas. Que alguien pueda ver uno de mis murales y estar mejor un rato. Hoy en día creo que el arte es muy aburrido. Un bodegón, eso para mí no expresa nada: afirma el graffitero sobre su Happy Style. 

Pez es el ‘nombre artístico’ de José Jesús Sabaté, un catalán que desde hace casi cuatro años vive en Bogotá con su esposa, una colombiana a la que conoció en Barcelona mientras él empezaba a abrirse camino en el graffiti.  Según recuerda se adaptó rapidamente de la ciudad: “Para mí llegar fue como tener un lienzo en blanco, me gustó porque fue como ver un montón de espacio donde podría pintar. Poco a poco me fui influenciando un poco con la cultura de acá, y algunos de mis personajes se transformaron con este viaje, por ejemplo hice unas guacamayas, luego un bus, y después la escena de un trancón”.

Foto: Liliana Ramírez

Además de familiarizarse y trabajar al lado de graffiteros locales como Toxicómano, Rodez, Dex, Bastardilla, Guache,  Shaday, entre muchos otros,  Pez ha conseguido desde Bogotá, cierta plenitud de su carrera y un posicionamiento como referente mundial. En el transcurso del año es invitado a exposiciones en lugares como Oslo, Edimburgo, Londres o Miami, y  actualmente un cuadro suyo de un metro sesenta por sesenta cm se vende en 8 millones de pesos. “No es una fortuna pero es un precio que va a la alza. Este año participo en una subasta en Lyon y otra en París, lugares en los que se determina el precio de tu obra”. Sobre el interés que ha despertado su movimiento él afirma: “el hecho de que alguien arriesgue su libertad por ofrecer una obra a la gente que camina por la calle lo hace muy especial a los ojos de los galeristas. Creo que este es un momento que va a pasar a la historia del arte contemporáneo”.

Los sitios favoritos de este graffitero en Bogotá son las instalaciones de la Comunidad Creativa 401B, y un transmilenio vacío. Y aunque no sabe por cuántos años vivirá acá, si considera que se encuentra muy amañado: “Vivo en una casa maravillosa con mi familia, un garaje para pintar, un patio para hacer asados, un parque maravillo en frente, y para mi Bogotá es una ciudad que me recibió con los brazos abiertos, conocí mucha gente maravillosa, amigos, gente que me hicieron sentir en mi casa”. 

Foto: Noelia Domenech

Sonriendo desde 1999

Pez comenzó su carrera a finales de los años noventa en el barrio Sant Adriá de Besos de Barcelona, donde empezó a dibujar en los muros por diversión. Allí sus amigos le llamaban ‘pez’, y él pensó que con su apodo podría crear un personaje que a la vez se conviertiera en su firma. Sin embargo, él por esa época ejercía como ingeniero de software y estaba lejos de asumir el arte como una forma de vida. El momento llegó en 2002 al ser despedido del trabajo, pues con el dinero de la indemnización pudo dedicarse un año entero a pintar y a viajar. Y es así  que se le empiezan a dar las cosas, pues en un periodo que él ubica entre 2003  a 2005, Barcelona se convierte en una de las mecas del graffiti europeo. “Llegan a la ciudad muchas personas del arte urbano haciendo cosas muy diferentes al arte convencional que provenía del hip hop. Más relacionadas con plantillas y logos. Casualmente yo estaba haciendo lo mismo, y de repente  esto empieza a destacarse dentro de un movimiento mundial”  recuerda Pez, quien  piensa en esa época como un momento irrepetible en la ciudad española, y que duró muy poco, al  ser luego acabado por las prohibiciones de la alcaldía que ordenaron borrarlo todo, y ser obligados a trasladarse a las persianas de los negocios comerciales.

Texto: Liliana Ramírez